Bgabel- WikimediaCommons- CC-BY-SA 3.0 |
En 1140, el emperador puso sitio a la pequeña ciudad bávara de Weinsberg y, furioso por la obstinada resistencia, juró destruirla en cuanto la tomara. Desvió el curso del río que abastecía de agua a la ciudad, e hizo que sus soldados impidieran el paso de las aves sobre la ciudad, de modo que sus habitantes perecieran de hambre. Estos se negaron a rendir la plaza, pero, al cabo de unos días, la sed hizo presa de la población. Finalmente los sitiados prometieron rendirse si eran tratados con benevolencia. Conrado III accedió a respetar la vida de las mujeres de la ciudad, permitiendo que se marcharan con todo lo que pudieran llevar consigo.
Pero aquí había truco...
Las esposas de Weinsberg de Alexander Bruckmann (1836) |
Cual no sería la sorpresa cuando al día siguiente se abrieron las puertas de la muralla, las mujeres salieron en largo cortejo, pero dejaron atónito al emperador, pues no iban cargadas con sus posesiones, como él esperaba. Cada mujer llevaba en su espalda el peso de su marido, hijo o padre. El emperador quedó tan sorprendido y conmovido por tanta nobleza que perdonó la vida a todos los habitantes de Weinsberg.
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Referencias:
Gregorio Doval (2010). Fraudes, engaños y timos de la historia. Nowtilus
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